Magdalena Merlos
Dpto. Historia del Arte, UNED
mayo, 2014
 
Archivera Municipal de Aranjuez

Profesora del Máster de Archivística de la Universidad Carlos III de Madrid

Miembro del Grupo de Archiveros Municipales de Madrid

Miembro colaborador del Instituto de Estudios Madrileños-CSIC

Licenciada en Geografía e Historia (Universidad Complutense de Madrid)

Doctora en Historia del Arte (UNED)

Miembro del equipo de investigación de la UNED Arte y patrimonio cultural en la edad contemporánea (investigador principal Dª Dolores Antigüedad del Castillo)
 

Resumen

La imagen de Aranjuez y la construcción de su mito se remontan a sus orígenes en el siglo XVI. Puede así ser Aranjuez ejemplificación de una constante cultural, filosófica y estética a lo largo de la historia; del mismo modo que ilustra los vínculos entre el Siglo de Oro y el siglo XIX español, especialmente en los movimientos finiseculares.

El estudio de la imagen de Aranjuez y la conformación del mito romántico sobre el sustrato clásico del lugar ha requerido del conocimiento previo de la identidad de Aranjuez (hechos creativo y recreativo) como base sobre la que analizar los hechos perceptivos, interpretativos, divulgativos e inspiradores.

Para esta definición de sus constantes, de sus valores tangibles e intangibles se ha recurrido a la pintura, a las artes gráficas y a la literatura (vehículos de conocimiento y de evidente construcción de imágenes) como fuentes documentales desde la consciencia de su relevante papel en la comprensión del mundo, contextualizadas en el espacio y en el tiempo, inscritas en los procesos sociales y del pensamiento, y en el marco de corrientes científicas como la historia de la cultura. La tesis, desde el método señalado, se sostiene así en un conjunto de conceptos y constancias, fruto del análisis.

Aranjuez ilustra una de las premisas de la historiografía contemporánea: la difícil frontera entre clasicismo y romanticismo, planteada por el tajo certero de la Revolución Francesa y de la revolución industrial, antes de llegar a las subsiguientes revoluciones europeas que jalonan el primer tercio del siglo XIX.

Desde esta congruencia entre lo racional y lo romántico se puede entender lo romántico como lo antropocéntrico, siendo la naturaleza -en la que se inscriben el hombre y sus artificios- la esencia, la base de la razón y de la indagación, la invitación a la reflexión, el sostén de la cadencia cronológica, marcada por las estaciones y el mito del eterno retorno también en su dimensión filosófica. Aranjuez lleva a entender la naturaleza como una posible respuesta a la pregunta sobre la escala de la relación hombre-naturaleza, como vía del acercamiento del hombre al Creador.

En Aranjuez se confirma la construcción poética del lugar (entendido el romanticismo como un sentir) en su capacidad de alcanzar el alma y de incitar al hombre a interrogar sobre la existencia. Aquí cada autor, cada perceptor, cada intérprete, cada responsable de un acto de recreación amplía su personal código, su personal circunstancia cultural. Desde el siglo XVI la naturaleza es medio para expresar sentimientos, no sólo motor de sensaciones. La imagen de Aranjuez crece sobre la capacidad recreativa que alimenta a viajeros y artistas, a través de la anticipación, de la estancia, de la residencia, del recuerdo.

Así se ha podido corroborar cómo la imagen de Aranjuez no tiene correspondencia exacta con su identidad. Como en tantos otros lugares míticos (Lisboa, París, Venecia, Dublín) el espacio real no es el espacio descrito. Aranjuez es un lenguaje con su propio sistema de signos, sus elementos formales, cada uno con su significado. Se construye un marco perceptivo propio donde se alojan todos los elementos que alcanzan a la esencia de un lugar físico: memoria, razón, sentimientos. En este sentido se ha identificado la carga sensorial de la imagen y su enriquecimiento con la emocional, la conformación de la estética sentimental de Aranjuez.

De modo más amplio se ha constatado que Aranjuez ha de interpretarse más que sobre contrastes, sobre una contenida evolución conceptual y formal. La permanencia e inmanencia posibilitan la confluencia de diversos topoi en el lugar, así como la conversión del lugar en topos por sí mismo, sustento de la carga simbólica del lugar y de su proyección mítica. Más allá del tema del jardín o del paraíso, de la Arcadia-Edén, se ha llegado a consideraciones como la reivindicación de la vida en el campo frente a la ciudad, o un Aranjuez partícipe de los estereotipos costumbristas hispanos. Aranjuez ha contribuido asimismo a la construcción y difusión de temas de alcance universal, como Don Carlos, Don Juan o la Leyenda Negra. Lo épico suma a los valores intelectuales la fuerza de lo dramático: el Motín de Aranjuez y la Guerra de la Independencia. El peso de la monarquía -en su presencia y en su ausencia- no sólo es determinante en la identidad, sino en la imagen de Aranjuez.

Otro aspecto a destacar es la escasa valoración conferida a la ciudad, y la alternancia de lecturas integrales del territorio con otras reduccionistas limitadas al palacio y al jardín (éstas últimas las de mayor vigencia en el siglo XX). También se han detectado miradas fragmentarias, dibujándose una trayectoria un tanto cíclica en esa construcción y destrucción de la imagen integral. Una consecuencia de estos ciclos es la magnificación del elemento francés (el Aranjuez versallesco) en detrimento de lo italiano, cuya elevada presencia formal y conceptual queda ensombrecida; lo italiano además en una doble vía, la clásica y la exótica, Roma, Nápoles y Venecia.

Es también concepto relevante la universalidad de Aranjuez, que proviene de su misma condición antropocéntrica. El alcance simbólico de Aranjuez es fruto de las ideas presentes en sus distintas fases de formación física, de percepción, de difusión de los cursos intelectuales de la interpretación y recreación del lugar, que son las creaciones escritas y plásticas. Se explica así su consideración como espacio y tema literarios y artísticos.

La universalidad y excepcionalidad se sostienen en el Aranjuez de la modernidad, moderno en cada uno de sus momentos y en cada una de sus facetas: sede cortesana, ciudad rural y residencial, enclave estratégicamente situado. Así los complementarios ocio y negocio, que se perfilan a lo largo de los siglos como paradigmas. El cosmopolitismo no sólo formal, sino intelectual, que abre sus puertas a artistas, científicos, escritores, políticos. La condición de laboratorio que la sitúa en la vanguardia de la ciencia y de la técnica. Su papel en la historia de España, en la entrada en la Edad Contemporánea (Motín, Junta Suprema germen de las Cortes de Cádiz, Guerra de la Independencia). Y su valor y posición en el problema de España: la excepción, la originalidad, la sensibilidad, la vocación europea. Y aquí se llega a lo romántico como sinónimo de moderno. La personificación de la decadencia de España en la monarquía inspira la ocupación simbólica de Aranjuez por las generaciones del tránsito del siglo XIX al XX en su homenaje a Azorín.

El paisaje es otra de las constantes. Aranjuez (como obra de arte y escenario para el arte) se perpetúa como tema a lo largo de la historia de la pintura de paisaje y de la literatura. La correspondencia entre la imagen de Aranjuez y el concepto de paisaje culmina en su definición actual como paisaje cultural (cuyo origen ha de buscarse en la renacentista terza natura) que trasciende el ámbito territorial y el tópico, para asimilar los elementos intelectuales y en última instancia los procesos de recreación sobre la obra de arte primera.

De modo concreto este enunciado se traduce en aportaciones sugerentes y novedosas. Una primera, la dificultad de delimitación entre el paisaje real y el paisaje ideal. Una segunda, el peso de Aranjuez en la forja del mismo concepto de paisaje ideal y los lazos recíprocos entre la intervención territorial, la pintura y la literatura, debate teórico y práctico abierto a día de hoy y sostenido en la indisolubilidad que existe entre lo visto y lo escrito. Una tercera, en el contexto de este debate, la restitución de los entornos como parte de un acto creativo, y el abandono de las disociaciones perceptivas de los paisajes. De hecho el topos de Aranjuez se construye sobre su identificación con el paisaje, un tema de gran actualidad abordado desde ámbitos como el de la geografía, el urbanismo o la ingeniería agrónoma.

De vuelta a los lugares comunes y a las frases hechas, los felices días de Aranjuez -estudiados desde el papel de Schiller en la percepción y difusión de un aranjuez ya sustantivo común y sinónimo de recreación en el diccionario de Covarrubias (1611)-, anuncian el estadio de un Aranjuez de la existencia humana que llegará en el siglo XX: los jardines pintados de Rusiñol, el concierto de Rodrigo, o el sitio de Sampedro confirman este paso hacia la conciencia de un paisaje vivido y recordado.

La autora plantea finalmente sugerencias y futuros desarrollos del tema, a trazar en tres líneas. La primera la metodología que remite a la corriente de la historia de la cultura, apoyada en la literatura y sobre todo en la creación plástica como fuente documental; la segunda la investigación sobre Aranjuez como fin en sí mismo; la tercera la aplicación práctica del conocimiento de la imagen de Aranjuez, de sus dimensiones tangibles e intangibles en la gestión integral (protección y conservación, uso y desarrollo sostenibles, información y comunicación) de un bien cultural Patrimonio Mundial.